Los alrededores de Cesenatico, ciudad natal de Pantani, son completamente llanos. En unos 20 kilómetros hacia el interior desde la costa adriática no parece que haya ni un metro de elevación. Y después, como si alguna mano gigante hubiera empujado todos el terreno al interior del país, las cuestas emergen imponentes, una tras otra.
A diferencia de las ondulantes y pintorescas colline de la vecina Toscana, las cuestas del este de Emilia-Romagna y Marche, donde Pantani entrenó en su día, son empinadas e implacables. La primera cuesta que te encuentras después de pasear por las llanuras te deja clavado, la intensidad de la inclinación es como un punto de control que exige saber si vas en serio para seguir adelante. En las cuestas de Pantani enseguida te quedas solo. Más allá de la primeras laderas hay pocas casas, el único tráfico es algún Fiat Panda ocasional y los edificios que hay parecen vacíos y silenciosos. Las afiladas formaciones rocosas que hay a medida que subes y bajas tienen un aspecto brutal. En una tierra obsesionada con la belleza, estas escarpadas montañas te miran como un rostro carente de piedad.
Se siente cierta incomodidad. Una década después de su muerte, se podría decir lo mismo de la memoria del propio Pantani, una figura que por un breve y brillante instante parecía el mismísimo salvador del ciclismo profesional. Incluso hoy en día, Marco Pantani sigue siendo una figura que inspira admiración apasionada y rechazo ardiente a partes iguales entre los aficionados ciclistas de todo el mundo.
En 2014, Tom Southam – fotografiado más abajo, en aquél entonces un corredor continental retirado hacía relativamente poco, hoy en día Director Deportivo del EF Education First Pro Cycling - visitó la región de origen de Pantani para explorar las rutas de entrenamiento de Il Pirata y descubrir cómo la percepción que se tenía de él había cambiado a lo largo de los años desde su muerte. Publicamos de nuevo el ensayo de Tom coincidiendo con el relanzamiento del Maillot Homenaje a Pantani.