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Il Pirata: The Saint and The Sinner

Il Pirata: Santo y Pecador

Marco Pantani es un ciclista incomparable, uno del puñado de ciclistas cuyos logros están grabados en la historia del ciclismo.

05 February 2019

En 2014, Tom Southam – fotografiado más abajo, en aquél entonces un corredor continental retirado hacía relativamente poco, hoy en día Director Deportivo del EF Education First Pro Cycling - visitó la región de origen de Pantani para explorar las rutas de entrenamiento de Il Pirata y descubrir cómo la percepción que se tenía de él había cambiado a lo largo de los años desde su muerte. Publicamos de nuevo el ensayo de Tom coincidiendo con el relanzamiento del Maillot Homenaje a Pantani.

Los alrededores de Cesenatico, ciudad natal de Pantani, son completamente llanos. En unos 20 kilómetros hacia el interior desde la costa adriática no parece que haya ni un metro de elevación. Y después, como si alguna mano gigante hubiera empujado todos el terreno al interior del país, las cuestas emergen imponentes, una tras otra.

A diferencia de las ondulantes y pintorescas colline de la vecina Toscana, las cuestas del este de Emilia-Romagna y Marche, donde Pantani entrenó en su día, son empinadas e implacables. La primera cuesta que te encuentras después de pasear por las llanuras te deja clavado, la intensidad de la inclinación es como un punto de control que exige saber si vas en serio para seguir adelante. En las cuestas de Pantani enseguida te quedas solo. Más allá de la primeras laderas hay pocas casas, el único tráfico es algún Fiat Panda ocasional y los edificios que hay parecen vacíos y silenciosos. Las afiladas formaciones rocosas que hay a medida que subes y bajas tienen un aspecto brutal. En una tierra obsesionada con la belleza, estas escarpadas montañas te miran como un rostro carente de piedad.

Se siente cierta incomodidad. Una década después de su muerte, se podría decir lo mismo de la memoria del propio Pantani, una figura que por un breve y brillante instante parecía el mismísimo salvador del ciclismo profesional. Incluso hoy en día, Marco Pantani sigue siendo una figura que inspira admiración apasionada y rechazo ardiente a partes iguales entre los aficionados ciclistas de todo el mundo.

Ciclistas del G.C. Fausto Coppi, el antiguo club ciclista de Pantani

Vista sobre la República de San Marino en Marche

El problema con Pantani es que, a diferencia de otras desafortunadas estrellas del deporte, nunca tendrá la oportunidad de dar explicaciones. Lo que hace que la verdad sea aún más dura de asimilar es que simplemente se le ama demasiado. Es difícil explicar lo profundo del sentimiento que Pantani genera en muchos italianos. En Italia es más que un icono del deporte - se le adora con un fervor mesiánico. Es el hijo caído, trágicamente perdido en la corrupción del sistema legal italiano o, como algunos susurran, la mafia. Era, dicen, el mejor escalador del todos, un hombre con un talento divino que, si no hubiera sido egañado, seguramente hubiera superado al más grande de entre los grandes.

Todo el mundo en Italia recuerda Monte Campione en 1988. Durante cinco años, el mundo había visto a un español de 80kg que ganaba las contrarrelojes y tomaba posiciones defensivas en la montaña. La misma rutina poco inspiradora le había asegurado cinco Tours y dos Giros. En 1997, llegó un gran alemán y parecía que iba a hacer lo mismo. Los aficionados al ciclismo de carretera se habían aburrido de que estas grandes carreras se hubiesen ganado con un mantra de defensa, defensa, defensa. Ya no quedaba pasión, no había héroes. Y de repente, cuando el Giro llegó a las montañas, Pantani el artesano, el no favorito, llevando un piercing de diamante y la maglia rosa, puso el mundo patas arriba. En Monte Campione, cuando finalmente dejó a Pavel Tonkov con aquél enésimo ataque, Pantani pareció hacer posible lo imposible una vez más. Cuando Marco Pantani ganó, no sólo logró la victoria para sí mismo o su país, si no también para todos los aficionados al ciclismo. Aquí estaba el último gran hombre espectáculo, un ciclista que entendió que las carreras ciclistas no eran simplemente un desafío deportivo, si no un espectáculo. Quería hacer emocionantes las carreras. Entendió que la gente quería entretenimiento y compitió en consecuencia. Sus ataques no estaban calculados y su entrenamiento no estaba cuantificado. Enarboló la bandera pirata en un deporte que parecía haber perdido fuerza y fue el paradigma de la mayor cualidad de un ciclista: la clase.

“Enarboló la bandera pirata en un deporte que parecía haber perdido fuerza y fue el paradigma de la mayor cualidad de un ciclista: la clase.”

Con su cabeza rapada y estilo característico en la bici, el propio iconoclasta se convirtió en un icono: las manos agarradas en la parte baja del manillar, pedaleando de pie, acelerando aparentemente al límite, sentándose sólo un momento para volve a levantarse una y otra vez, unos malabares imposibles. Sus muslos, los muslos de un hombre mucho más grande, pistones de locomotora unidos a un cuerpo muy pequeño. Y luego estaban todos esos pequeños detalles. Pantani, cuando desplegaba sus ataques, no llevaba ni casco ni gafas. Sin pelo que escondiera su rostro, sin gafas que cubrieran sus ojos. Un libro abierto. Ahí estaba un hombre profundamente tímido que dejaba que la gente fuera testigo de sus más íntimos momentos de sufrimiento. Cuando Pantani corría, parecía que en él podías ver la dureza y fragilidad no sólo del ciclismo, si no de la vida. Es la forma en la que aquellos que lo amaban entonces lo siguen viendo ahora - y son muchos.

Mientras veía cómo se inauguraba el monumento a Pantani en el centro de Cesenatico un soledado día de Febrero, un hombre mayor vestido en llamativa lycra amarilla me agarró el brazo y me dijo: “Yo estuve ahí, le ví pasar en el Monte Campione.” Nadie le había preguntado su opinión. “Oh, qué espectáculo. ¿Y qué más dan esos medicamentos, qué diferencia supusieron? De todos modos, todos iban igual.” Estar de acuerdo con esto, creer ciegamente que las legiones de aficionados a Pantani con sus pañuelos piratas tienen razón en su devoción, es aceptar una versión del hombre que no es completamente cierta Hay otra corriente de opinión respecto a Marco Pantani, una que dice, basada en sólidas evidencias, que el hijo predilecto de Italia era básicamente una trampa. Lo que es más, alguien que rompió las reglas una y otra vez, que se negó a admitirlo cuando le pillaron y que, finalmente, no pudo afrontarlo hasta el punto de engañarse a sí mismo. Para esta otra corriente de opinión, el argumento de que ‘de todos modos, todos iban igual’, no vale si fueras uno de los muchos deportistas que eligieron no doparse. Y no te equivoques, al saltarse las reglas, Marco Pantani engañaba a otros, si no lo hacía en el pelotón profesional, entonces en algún otro escalón más bajo de la cadena alimenticia. Entonces, ¿qué era Marco Pantani? ¿Héroe o villano, víctima o culpable, santo o pecador? La respuesta es que era todo ello y, posiblemente, muchas más cosas entre medias.

El famoso lema de Pantani “con Carpegna tengo suficiente”.

Homenajes de San Valentin en Cesenatico

Amigos de Marco Pantani

“Aceptar a Marco Pantani por lo que fue, es admitir que incluso el más grande puede tener fallos.”

Su capacidad de sufrir en la bici tuvo el efecto contrario. Nos dió a todos algo bello y memorable para recordar. El ciclismo es un deporte que premia el sufrimiento. Por encima de cualquier otro pretexto, es por lo que nos engancha. Viendo a Pantani esprintando en la cima del Monte Campione, es fácil ver a un ciclista elegante, los pies apuntando hacia abajo en ese fluido estilo de pedaleo mientras se propulsa de pie en los pedales durante prácticamente los últimos dos kilómetros y medio. Para el espectador, es la perfección, pero para Pantani tuvo que ser algo más: un hombre luchando contra el dolor con más dolor aún. Levantándose una y otra vez, cuando su cuerpo y su mente tenían que estar gritándole que parara - un hombre pedaleando hacia el olvido.

“Aceptar a Marco Pantani por lo que fue, es admitir que incluso el más grande puede tener fallos.” No tienes por qué amar a Pantani, pero es importante recordarle. Marco Pantani, santo y pecador, magia y pérdida. Se ha ido, pero no se ha olvidado, por todo lo que fue.