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Ana Orenz en el hospital

Descent - Ana Orenz

Tras un accidente casi mortal en 2021 que la dejó postrada en la cama y sin poder caminar, a Ana Orenz sólo se le ocurrió una forma correcta de reaccionar: volver a la carrera que estuvo a punto de matarla justo un año después.

23 December 2022

Una de las peores sensaciones del mundo es responder a una llamada del teléfono de un ser querido y oír la voz de otra persona al otro lado. El pasado mes de agosto vi llegar un mensaje de texto de mi amiga Ana, que, por lo que yo sabía, estaba corriendo por España. Decía Hola Emily, soy David de Transibérica y amigo de Ana, y en la fracción de segundo antes de leer el resto de su mensaje, sentí esa horrible oleada de pavor que conocerás si alguna vez te han ofrecido una noticia realmente mala.

La noticia sólo fue un poco menos horrible de lo que podría haber sido. Ana había tenido un accidente grave y había estado tirada en la carretera durante dos horas antes de que alguien la encontrara. Estaba hospitalizada en Pamplona, sin poder mover las piernas. Cuando hablé con ella por vídeo, tenía la cara casi totalmente vendada, le faltaban dientes y tenía un agujero sangrante donde había estado la nariz.
 

A medida que iba asimilando la noticia, e informaba a nuestros amigos comunes, y me sentaba en mi casa a llorar mientras me golpeaban las sucesivas oleadas de dolor, rabia y comprensión, no dejaba de pensar: no, Ana no, por favor, Ana no, cualquiera menos Ana.

Esto era especialmente cruel. Ana no sólo era -en lo que a mí respecta- una de las ciclistas con más talento de su generación. También era alguien que parecía haber cobrado vida recorriendo largas distancias en bicicleta, que había encontrado a sus personas y su lugar en el mundo en bicicleta, que había trabajado locamente duro para llegar donde estaba y que tenía poco a lo que recurrir si se lo quitaban.

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Conocí a Ana en enero de 2017, cuando llegó a una formación de Girona con una beca. Según su solicitud, era una madre soltera que se había iniciado en el ciclismo hacía menos de un año, cuando ella y su hija Ruby, de nueve años, compraron bicicletas de segunda mano en Lisboa para recorrer el Camino de Santiago. Las fotos que me envió mostraban a una pareja desaliñada con vaqueros y botas de montaña, acompañada de un par de bicicletas de paseo poco manejables.

Me dijo que ella y su novio se habían inscrito en la TransAtlanticWay Race el verano siguiente. Pensé que era demasiado ambiciosa, pero me encantó su entusiasmo y sus historias sobre cómo compaginaba su nueva obsesión con su trabajo de jinete de caballos de carreras y lo que ella llamaba "la contrarreloj de la madre tardía", esprintando para terminar sus entrenamientos a tiempo de recoger a Ruby del colegio.

Salimos a dar una vuelta juntos en su primer día de ciclismo, y a la media hora, mientras afrontábamos la primera subida larga, me fui dando cuenta de que nuestro ritmo no había bajado, ni tampoco su incesante parloteo. Y, de hecho, me alegré de ello, porque no podía hacer otra cosa que seguir subiendo, disimular mi respiración agitada y emitir algún que otro gruñido en respuesta a sus interminables historias sobre bicicletas, caballos, novios, su hija, su familia y cualquier otra cosa que se le pasara por la cabeza. Nos detuvimos a tomar un café en Besalú, y yo pagué la cuenta, consciente de que ella había reunido los fondos para llegar hasta aquí. Dijo que me lo devolvería cuando nos encontráramos en Irlanda, pero al final fue el otoño siguiente cuando nos pusimos al día, después de que Ana viera en Twitter que yo pasaría por Cheltenham, su ciudad más cercana, e insistiera en que era el momento de invitarme a ese café que me debía.

A estas alturas, las pruebas de la carrera irlandesa habían quedado atrás. Le enseñé a Ana la foto que había hecho cuando nos cruzamos en la isla de Achill. Sonreímos a la cámara, azotadas por el viento y radiantes por el placer de encontrarnos y por lo absurdo de las fuertes rachas de viento que hemos intentado atravesar en ciclismo. Alex, el novio de Ana, es un punto en el horizonte detrás de nosotros, ya luchando con la lesión que le obligaría a abandonar un par de días después, dejando a Ana completar la ruta en solitario, aunque descalificada de la carrera. Llegó a la meta por delante de la mujer que obtuvo oficialmente el primer puesto, y al año siguiente, los corredores informaron de que las personas del lugar seguían hablando de ella.

Esta historia, además de ser un testimonio espectacular de la determinación y la destreza atlética natural de Ana, demuestra su peculiar simpatía. Para alguien que se identifica con orgullo como un bicho raro antisocial y que pasa una gran parte de su vida sola sobre la bicicleta, tiene una asombrosa capacidad para forjar y mantener amistades. Alex y ella siguen unidos, aunque rompieron poco después de TransAtlanticWay, y él se ríe al recordar su primer año sobre la bicicleta, y cómo su tenacidad chocaba a veces con su inocencia hacia todo lo relacionado con el ciclismo.

Ana Orenz monta

Empezó a entrenar con una Croix de Fer con cuadro de acero, que él calcula que debía pesar unos 12 kg, "¡y no hay mucho de Ana!". - antes de pasar a una bicicleta de carretera de carbono, habiendo vendido gran parte de su parafernalia ecuestre para poder permitírsela. Ruby y ella habían llevado regularmente a casa caballos de carreras heridos, para rehabilitarlos, y el paciente más reciente se había puesto muy enfermo.

 

"Intentamos salvarle y no pudimos, y al final, cuando murió, pensé: ya está, no quiero volver a tener nada que ver con esto".

Su peregrinaje portugués se produjo en un momento en que Ana buscaba algo nuevo a lo que atar su vida, y quizá era inevitable que fuera el ciclismo. Rápidamente encontró amigos, pedaleando con el Club de Ciclismo de North Cotswold y siendo tutelada por Jim Bartholomew, que dirige Independent Bikeworks en Cirencester. Jim acabó convirtiéndose en patrocinador, suministrando a Ana bicicletas y equipamiento, aunque subraya que esta decisión fue anterior a la mayoría de sus notables victorias en carrera.

Jim y Alex vieron cómo Ana se ponía cada vez más seria, tras la TransAtlanticWay Race con un muy respetable 16º puesto en los Campeonatos Nacionales de Subida a Colinas, y acabando primera mujer en la Race Across France 2018. Jim la recuerda hablando sólo de su entrenamiento, y Alex recuerda con cariño cómo se retractó de sus primeras promesas de que nunca usaría pedales automáticos (se refería a ellos como "pedales claustrofóbicos"), nunca entrenaría en interiores, nunca iría al gimnasio. Hablando con ellos, me di cuenta de que le había hecho un flaco favor a Ana. Siempre he dicho con orgullo a las personas que es una de las ciclistas con más talento innato que he visto nunca, pero este elogio disminuye la cantidad colosal de trabajo que ha dedicado a optimizar su fuerza y su forma física, su dieta, su configuración y su estilo de vida. Ha trabajado con márgenes mucho más estrechos que muchos, para equilibrar su ciclismo en torno a la necesidad de ganar dinero y la prioridad primordial de construir y mantener una vida cómoda para ella y Ruby.

Ana Orenz Rides

La pareja se trasladó al norte de España a finales de 2019, y apenas habían encontrado su hogar cuando llegó la pandemia. Dos años más tarde, su accidente, durante la primera noche de la Transibérica, "destruyó el duro trabajo de Ruby y mío".

Ana nunca había sido considerada una de las superestrellas de las carreras de ultrafondo, a pesar de ganar casi todo en lo que participaba. Parecía demasiado ocupada para ser el centro de atención, más interesada en el ciclismo en sí que en los elogios que pudieran venir después. En 2019, poco después de ser la primera mujer en terminar la París-Brest-París (durante la cual varias personas supusieron que era Fiona Kolbinger), me dijo que nunca correría dos veces la misma carrera, que prefería explorar nuevas rutas antes que volver a visitar las antiguas.

 

"Mi caída durante la primera noche de la Transibérica destruyó el duro trabajo de Ruby y mío".

Fue en las terribles secuelas de su accidente, mientras Ana se apoyaba indefensa en una cama de hospital, cuando empezó a notarse el impacto de sus cinco años en el mundo del ciclismo. Un crowdfunding, creado para apoyarla a ella y a Ruby durante el largo periodo de recuperación, recaudó más de 50.000 euros, con donaciones a raudales de las personas que recordaban las amabilidades de Ana durante las carreras, o que habían sido ayudadas durante una larga noche en bicicleta por su interminable charla. Las gente le daba las gracias por sus consejos en su propio viaje en bicicleta, o por ofrecerles una cama la noche anterior a una “audax". El Sprint de los Dos Volcanes, una carrera de 1.000 km en Italia, que Ana ganó en 2020, recaudó dinero a través de sus cuotas de inscripción para pagar el tratamiento que reconstruyó sus dientes, encías y mandíbula. Cuando la visité en España, un mes después de su accidente, seguía hospitalizada, pero una de su amplia red de amigos españoles me alojó cerca de Santander. Ruby estaba al cuidado de una familia local en su pueblo natal de Mioño.

Gracias a todas estas personas, me recuerda Ana con frecuencia, ha conseguido volver a ponerse en pie, coger las riendas de su vida y seguir adelante. Gracias al dinero recaudado por el crowdfunder, pudo ausentarse del trabajo para recuperarse, no perdió el pequeño ático que ella y Ruby estaban tan contentas de haber encontrado, y ha podido costearse los extensos tratamientos necesarios para reconstruirse la cara y pagar la rehabilitación complementaria. Su neurólogo le dice que deberá recibir tratamiento el resto de su vida.

Un par de días después de nuestra primera llamada angustiosa desde la cama del hospital, Ana volvió a llamarme, llorando.

Ana Orenz en el hospital

"¡He movido el pie!" sollozó, haciendo que yo me derrumbara a mi vez. Sus brazos y piernas, que no respondían desde el accidente, habían empezado a volver a la vida. Y cuando abrí la puerta de su habitación del hospital de Santander, me sonrió ampliamente, se levantó temblorosamente de la cama y se tambaleó hacia mí. Había estado practicando en secreto, ocultando sus progresos a las enfermeras. El día antes de irme, un médico le dijo que pronto podría irse a casa.

La recuperación de Ana ha sido notable, pero no milagrosa. Aunque se libró de la parálisis y en pocos meses pudo volver a montar en bicicleta, su cuerpo no es el mismo que era y probablemente nunca lo será. Sigue teniendo problemas con las manos y los pies, y con el equilibrio, y camina, según sus propias palabras, "como una marioneta". Su humor y su cháchara característicos tuvieron altibajos durante los largos meses; estaba lejos de ser la paciente ideal, y fui testigo de ataques de ira y depresión, así como de agrias discusiones con Ruby y diatribas contra las enfermeras que la cuidaban.

Para mi alivio, y probablemente para el de todos, ha conseguido seguir practicando el ciclismo y, de forma bastante improbable, en el año siguiente a su accidente corrió la Granguanche (lentamente), fue la primera mujer en el campeonato de España de contrarreloj de 24 horas, y volvió a hacer un intento en la Transibérica. Es imposible no preocuparse por ella, pero creo que me preocuparía más si siguiera postrada en una cama de hospital.

"El ciclismo aporta movimiento a tu vida", insiste Ana, "mueve tus pensamientos y mueve tu cerebro y hace que sucedan cosas. Quiero decir que ahora se ha convertido realmente en una necesidad para mí, para sentirme feliz, para sentirme suave, porque debido al daño medular sufro si no me muevo. Creo que el estancamiento no es saludable ni para el cuerpo ni para la mente".



Por difícil que sea ver a una amiga dar todo lo que tiene durante las carreras, hay una gran diferencia entre el sufrimiento brevemente entretenido durante una ruta de ciclismo y el purgatorio interminable y sin fin de los meses que pasó en el hospital.

"Disfruto mucho con lo que hago", dice Ana, "con todo: el entrenamiento, las endorfinas, no hay autocastigo. No soy de las que utiliza la bicicleta para castigarse. Por supuesto que las cosas [difíciles] aflorarán, pero no es que me haga sufrir, sino que las dejo surgir, porque te mueles a ti mismo a través de todas tus capas, hasta que llegas a la capa inferior, que en realidad eres tú. Esa eres tú".